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¿Qué puede hacer una filosofía marplatense?

Ponencia en el marco de las Jornadas Internas del Departamento de Filosofía (2024)

30 años de Filosofía en Humanidades (1994-2024)

Facultad de Humanidades

Universidad Nacional de Mar del Plata

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Resumen

El objetivo de este trabajó es realizar un análisis acerca del modo en que nuestra práctica filosófica se encuentra condicionada por la forma de racionalidad neoliberal y cómo ello implica, a su vez, la adopción de una matriz de pensamiento colonial. A partir de esto, se cuestionará el sentido del filosofar en el ámbito de las universidades que toman el modelo epistemológico de la Modernidad como el paradigma universal de producción de conocimiento. Considerando todo esto, abordaremos distintas formas en que estos condicionamientos operan sobre la Universidad Nacional de Mar del Plata, en general, y sobre la carrera de Filosofía —perteneciente a la Facultad de Humanidades de esta institución—, en particular. Por último, nos encargaremos de explicitar algunas posibilidades que se encuentran a disposición de la comunidad filosófica marplatense para re-orientar su filosofar hacia una praxis situada, con la cual retroalimentarse, dotándose de sentido y presentándose como disciplina pertinente para la interpretación de la realidad social.

Palabras clave: universidad; decolonización; racionalidad neoliberal; conocimiento situado; filosofía de la educación.

Introducción

En su texto Decolonizar la universidad, Santiago Castro-Gómez (2007), entiende a la universidad como una institución fiscalizadora del conocimiento, encargada de establecer las fronteras entre el conocimiento útil e inútil y de legitimar la división del estudio de la realidad en diversas disciplinas. Esta función de la universidad se encuentra enmarcada en lo que Castro-Gómez denomina «la hybris del punto cero», esto es, el modelo epistémico propio de la modernidad, que separa ontológicamente al ámbito del hombre del de la naturaleza, con el objetivo de poner al conocimiento en disposición del control racional-disciplinar del mundo. Para este autor, la universidad, en su intento de cumplir con Occidente y su pretensión desmesurada de producir conocimiento mediante una observación objetiva, fuera de dudas y ejercida “desde ningún lugar”, obedece al modelo epistémico moderno y, con ello, profundiza la reproducción de una mirada colonial sobre el mundo.

Tomando este diagnóstico, podemos pensar de qué manera afecta la matriz colonial de la hybris del punto cero en nuestra formación filosófica en la Universidad Nacional de Mar del Plata. Para lograr esto, en una búsqueda de afirmación de nuestra propia comunidad de pensamiento, intentaremos dar respuesta a la pregunta: ¿Qué puede hacer una filosofía marplatense?, sin abordar esta formulación desde el ejercicio esencialista de encontrar “lo marplatense”, sino desde la reflexión sobre el sentido —no necesariamente unívoco— de nuestro filosofar. Evidentemente, este trabajo considera que el diagnóstico realizado por Castro-Gómez nos exhorta a repensar nuestras prácticas de manera tal que no reproduzcan un modelo colonial de pensamiento, puesto que éste justifica la violencia ejercida sobre los pueblos y reproduce la injusticia a nivel global.

Por otro lado, pero aún en consonancia con la crítica al carácter colonial de las universidades, Achill Mbembe, en su texto Decolonizar la universidad: nuevos rumbos (2016), se encarga de pensar los límites que el neoliberalismo impone a la posibilidad de decolonización de las universidades. En su diagnóstico, destacan las preocupaciones por el carácter individual de la formación y por el control y exigencia que ejerce la universidad sobre docentes y estudiantes. El conjunto de esto elementos, que impone una lógica cuantitativa de rendimiento académico —evidenciada en publicaciones, participaciones en congresos, direcciones de tesis y otros ítems que permiten engordar un currículum académico— «disuade a estudiantes y profesores de una libre búsqueda del conocimiento» (2016: 22).

De esta manera, Mbembe nos impulsa a reflexionar sobre el sentido de las universidades en un sistema global neoliberal. Por nuestra parte, podemos redoblar la apuesta y preguntarnos sobre cuál puede ser el sentido o la tarea de nuestra universidad pública en dicho contexto y, en este marco, puntualizar sobre el sentido de la formación filosófica en nuestra carrera. Esta reflexión implica pensar en cuestiones como:

Eduardo Restrepo, en su texto Decolonizar la universidad, toma a De Sousa Santos y afirma que nos encontramos en una geopolítica del conocimiento, desde la cual «es imposible la existencia de un conocimiento des-subjetivado, descorporalizado» (2018: 14), puesto que éste se encuentra atravesado por los «lugares institucionales, sociales y geo-históricos» (2018: 15) a los que pertenecen quienes producen el conocimiento. Esto resulta de especial importancia en esta discusión, puesto que podemos, a su vez, identificar el lugar geopolítico que actualmente ocupan nuestra carrera, nuestra universidad, sus docentes y sus estudiantes, para situarnos en una práctica filosófica situada.

Orientar el pensamiento

Mbembe toma al filósofo beninés Paulin Hountondji, afirmando que, para éste, «descolonizar el conocimiento equivale a asegurarse de que nuestra actividad científica no esté orientada hacia el exterior» (2016: 53). Esta sentencia resulta muy clara en el contexto científico, pero, en nuestro ámbito, alguien podría afirmar que la filosofía es de carácter universal y que, considerando esto, la idea de una filosofía “orientada hacia el exterior” no tiene sentido —puesto que habría un error al considerar que “lo universal” es una categoría comparable con el binomio de contrarios “interior-exterior”—.

Nuestra postura respecto al carácter universal de la filosofía ya está dada en el punto de partida elegido para este trabajo. Puesto que, asumir que la filosofía deba ser descolonizada significa admitir que existe una filosofía colonizadora y otra que no lo es. Desde dicho inicio, asumimos la diferencia planteada por Mario Casalla en Filosofía y cultura nacional en la situación latinoamericana contemporánea (1973), donde afirma que es necesario distinguir entre una universalidad abstracta e imperial, representante de intereses unilaterales e impuesta mediante la guerra, y una universalidad situada, que, en sus palabras, «no es otra cosa también que un ‘particular’ sólo que reconocido como tal, totalizado y abierto hacia lo absolutamente Otro que lo alimenta y reclama» (1973: 49). De esta manera, lo universal no puede entenderse sino a partir de lo particular y, actualmente, en nuestras universidades, predomina una universalidad que atenta contra nuestra afirmación y nuestra posibilidad de aportar, de manera situada, a la filosofía universal.

La situación neoliberal

Magaldy Téllez, en su texto Lo que implica transformar la universidad en perspectiva decolonizadora, al igual que Mbembe, problematiza las condiciones que impone el neoliberalismo a la universidad, denunciando que este modelo «es ante todo un tipo de racionalidad política» (2015: 174), y que ésta se basa en el cálculo del costo-beneficio, promovido por la teoría del capital humano. Esta autora sostiene que, a partir de la década de 1980, las universidades latinoamericanas adoptaron la racionalidad neoliberal, bajo el lema de que “no hay alternativa” a la internacionalización de este modelo y que, por lo tanto, los sistemas de educación periféricos debían adaptarse a él (2015: 177).

A su vez, para Eduardo Restrepo, la inevitable internacionalización de la educación significa la naturalización de

«una noción de universidad orientada por una racionalidad instrumental tendiente a producir los tecnócratas y expertos que requiere el mercado y el estado» (2018: 18). En dicho marco, la internacionalización «supone una suerte de ‘elevación’ de la ‘calidad’ de la ciencia y tecnología del país a unos ‘niveles superiores’ que se asumen son los que existen en el ‘escenario internacional’» (2018: 19)

Desde la estandarización de la calidad educativa y la producción de conocimiento puesto a disposición de los intereses del mercado, desde la fiscalización constante sobre investigadores y docentes y desde la perspectiva del cálculo costo-beneficio, se han establecido «ritmos y propósitos de la investigación que suelen darle la espalda a la producción de conocimiento crítico en general y a la vinculación sustantiva de los académicos con procesos y movilizaciones sociales de los sectores subalternizados» (Restrepo, 2018: 16). Todo esto evidencia el carácter colonial del modelo neoliberal de educación y el sentido, criticado por Hountondji, de la producción de conocimiento “orientada hacia el exterior”.

Efectos sobre el caso marplatense

En este contexto, en el que las universidades están al servicio del mercado transnacional neoliberal, podemos preguntarnos, por un lado, de qué manera nuestra carrera se ve afectada por estas condiciones que el sistema global impone y, por otro, cuáles son los sentidos que puede asumir nuestra filosofía en este escenario.

La academia

En primer lugar, se hace evidente que toda nuestra producción académica está orientada hacia el exterior, al menos en tres niveles.

  1. En el primer nivel, nuestra producción filosófica está direccionada hacia los grandes centros de poder y saber mundial. Es en los países imperialistas que se legitima o deslegitima el conocimiento filosófico, es en ellos en donde se define el canon de la filosofía occidental, son ellos quienes marcan las formas de hacer filosofía y son sus universidades —con sus contenidos y prácticas pedagógicas— las que constituyen el modelo a seguir y con las cuales nuestros docentes y estudiantes quieren interactuar, deseando poder realizar un viaje de estudios o que sus textos sean leídos por quienes habitan esas instituciones.

  2. En el segundo nivel, nuestra producción filosófica está orientada a una academia burocrática. Desde nuestras jornadas departamentales hasta los grandes congresos nacionales, o desde nuestras becas de Estímulo a la Vocación Científica hasta las investigaciones postdoctorales en CONICET, el ejercicio filosófico de docentes y estudiantes se realiza a las apuradas, en un contexto competitivo hostil, con estándares de productividad elevados y con mediciones cuantitativas de todo tipo, que terminan por obviar la importancia, pertinencia o sentido del conocimiento producido.

  3. En tercer nivel, la práctica estudiantil se encuentra orientada, mayormente, a la aprobación de materias, para la obtención de un título, y a la acumulación de créditos y certificados que les permitan posicionarse, en un futuro cercano, como profesionales dignos de ser contratados en cargos de prestigio, o como académicos dignos de acceder a una beca otorgada por universidades nacionales, públicas o privadas, de nuestro país, de otros países o correspondientes a fundaciones de empresas transnacionales.

En este escenario, se vuelve evidente que toda nuestra producción filosófica es “puesta en movimiento” —sino “arrastrada”— por intereses económicos, que están más allá de los fines de las investigaciones que realizamos, y que acaban por condicionar todo el proceso del filosofar, haciéndolo tender hacia una actividad productiva en los términos del sistema vigente.

La docencia en secundarios

Al mismo tiempo, y pensando específicamente en la formación docente que ofrece nuestra carrera, podemos ver que el sentido de la obtención de un título de profesorado está volcado hacia el desenvolvimiento profesional en escuelas secundarias e institutos terciarios. Pero dicho desenvolvimiento profesional tampoco se realiza en un espacio crítico, sino que se trata de un trabajo en instituciones que vuelven a caer en la razón neoliberal.

Walter Cohan, en Filosofía de la educación. Algunas perspectivas actuales, nos exhorta a pensar la educación a partir de la pregunta «¿Cuál es el sujeto que las instituciones educacionales en nuestros días coadyuvan a conformar?» (1996: 150). Mediante esta pregunta, el autor deja establecido un cuestionamiento sobre el funcionamiento normal de la escuela secundaria.

Como respuesta a esta pregunta, tomamos aquí las palabras de Raúl Fornet-Betancourt, quien afirma que la sociedad presente nos ha educado

«para la apropiación e internalización de los ‘valores’ de la sociedad dominante: autonomía individualista, posesión privada de los bienes, incluido los cognitivos, la combatividad competitiva, la aceleración de los ritmos de la vida y el consecuente olvido de las memorias que somos, etc.» (2017: 190)

Si, entonces, nos preguntamos cuál es el sentido de la enseñanza de la filosofía en la escuela secundaria, las respuestas que encontramos resultan decepcionantes y desmovilizantes, puesto que volvemos a encontrar que el ejercicio filosófico en las aulas de nuestras escuelas secundarias vuelve a estar “orientado hacia el exterior”: hacia la reproducción de un canon filosófico legitimado por los centros de poder y saber global, hacia la aprobación de una materia para obtener un título que le permita al estudiante ingresar al mercado de trabajo y hacia la internalización de los valores instituidos por el sistema global.

El vacío de sentido

A partir de lo comentado, podemos ver que tanto nuestra formación, como nuestra práctica docente en los distintos niveles educativos y nuestra práctica académica en torno a la producción de conocimiento en vínculo con instituciones académicas de prestigio, está sujeta a condicionamientos y motivaciones externos que obstaculizan un filosofar crítico que sea capaz realizarse en proyectos de investigación relacionados al ámbito social. Debido a esta limitación, que aplica tanto al desarrollo de las clases en nuestra carrera como a los artículos que presentamos en revistas y a las ponencias que llevamos a las jornadas y congresos, nuestra práctica filosófica produce conocimiento a partir de preguntas que se encuentran mayormente desligadas de nuestra cotidianidad ciudadana. En su lugar, encontramos ejercicios de relación entre textos clásicos, interpretaciones exhaustivas de los autores que constituyen el canon filosófico occidental e intentos de acentuar la importancia de pensadores foráneos, de distintas épocas, que aparenten la dignidad de ser parte del canon.

Resulta preocupante que en estos espacios se pierda el sentido del filosofar, en tanto se vuelven difusos no sólo los motivos que impulsan nuestra práctica sino, también, las preguntas que inician nuestro filosofar. Con ello, la filosofía se convierte en una práctica instrumental orientada hacia fines que no nos pertenecen, que privilegia un tipo de conocimiento desligado de la situación de quienes la realizan y desaprovecha las posibilidades que ofrece para fomentar el pensamiento crítico y relacionarse con una praxis con la cual retroalimentarse para pensar y transformar la realidad.

Posibilidades

Vemos entonces que, así como Téllez afirma que el modelo de educación neoliberal se impuso en Sudamérica estableciéndose narrativamente como única opción posible, desde nuestra carrera podemos dar cuenta que hoy “no hay alternativa” a la urgente salida del modelo neoliberal. En este marco: ¿qué puede hacer una filosofía marplatense?

  1. En primer lugar, cabe observar que, en nuestra ciudad, la filosofía se encuentra en estrecha relación con la Universidad Nacional, puesto que ésta es la única institución donde se enseñan cursos avanzados en el tema. En consecuencia, por ella pasan prácticamente todas las personas que se dedican profesionalmente a la filosofía en Mar del Plata. Por esto, nuestra carrera de Filosofía, en la Facultad de Humanidades, se sitúa en un lugar de privilegio para la movilización de una práctica filosófica distinta. En este sentido, nuestra carrera puede fomentar espacios de discusión sobre los posibles modos de filosofar y, de esta manera, establecerse como un centro de formación continua para profesionales del pensamiento crítico.

  2. En segundo lugar, un intento por vincular filosofía y cotidianidad requiere de una comunidad filosófica que se admita ciudadana y decida, en lugar de trabajar solamente problemas que surgen de un contexto de discusión académica elevada, pensar filosóficamente a partir de preguntas y problemas ineludibles salidos de nuestro contexto no-académico. Para esto, es necesario que nuestra comunidad encuentre cuáles son las discusiones pertinentes para orientar nuevas praxis, que llenen de sentido nuestro filosofar y que muestren a la ciudadanía las posibilidades que brinda la filosofía como herramienta interpretativa de la sociedad.

  3. Así mismo, y teniendo en cuenta que toda la comunidad filosófica marplatense —independientemente de si se halla dentro de la UNMDP o no— se encuentra en contacto permanente con espacios pedagógicos, uno de los debates urgentes que podemos dar es el que trate el sentido actual de la enseñanza en el sistema educativo y, con ello, la problematización del sentido que adopta la filosofía en el marco institucional. Un debate como este nos obligaría a que nuestras investigaciones tomen mayor cercanía con entornos lejanos a la discusión filosófica académica propia de la universidad y, en dicho proceso, se abren nuevas oportunidades para ampliar los espacios de pertenencia de la comunidad filosófica hacia ámbitos no estrictamente ligados con lo pedagógico.

Conclusiones

En suma, este trabajó se encargó de vincular nuestra práctica filosófica a un contexto global y nacional predominantemente neoliberal-colonial. Dicho contexto tiende a usar, condicionar, limitar y vaciar de sentido, el conocimiento producido, en los distintos niveles, por nuestra comunidad.

Dejamos establecido que el perjuicio que el escenario internacional causa a nuestro filosofar se realiza mediante la reproducción de un modelo epistémico específicamente moderno, que pretende una investigación “desde ningún lugar” y, con ello, promueve, dentro de nuestra disciplina, una auto-negación de nuestra particularidad.

Teniendo en cuenta esto, establecimos que, si deseamos formar una filosofía que deje de estar “orientada hacia el exterior”, de manera tal que sea nuestra propia idiosincrasia la que oriente nuestro filosofar, debemos repensar nuestra práctica filosófica. Esto significa que, por un lado, debemos re-orientar las motivaciones que impulsan nuestro ejercicio profesional, de manera tal que ellas no sean arrastradas por el cálculo costo-beneficio, que produce un conocimiento complaciente con la burocracia académica, que no corre riesgos y que no se compromete con un pensar situado de la realidad.

Por otro lado, intentamos dar respuesta a qué posibilidad de acción tiene la comunidad marplatense de filosofía para re-orientar su práctica. Explicitamos algunas características centrales de nuestra comunidad y propusimos puntos de partida posibles para reflexionar sobre el sentido de nuestra práctica filosófica profesional, para ampliar nuestro espacio hacia el vínculo con nuevas instituciones y disciplinas y para ejercer una nueva práctica filosófica, que abandone el aislamiento academicista y su ejercicio de investigación puramente bibliográfico, de pretensión universal anacrónica.

Bibliografía