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Mi nombre es Elías. Te doy la bienvenida a mi sitio web: un lugar virtual, diseñado por mí, que busca ser un lugar de reflexión y expresión. En esta página —abajo de las líneas rosas— aparece mi última publicación: mi estado actual. Por otro lado, si te interesa saber quién soy, te invito a que conozcas acerca de mí. También, si te intriga saber por qué decidí crear mi propio sitio web personal, podés consultar acerca de este sitio. Por último, espero que te guste lo que decido compartir acá. Si querés dejarme una opinión o comentario podés hacerlo a este mail o mediante Mastodon.

¡Saludos!


Al menos otro egoísmo

Cuando en 1651, el filósofo (y pirata) inglés, Thomas Hobbes, articuló la frase «El hombre es el lobo del hombre» para establecer un fundamento político en su libro Leviatán, sintetizó en siete palabras el peligro del sistema capitalista. Me gustaría tomar esta frase para reflexionar sobre los tiempos presentes1.

«El hombre es el lobo del hombre» impone que el egoísmo es parte de la naturaleza humana, y esto, en nuestra cotidianidad, ahogada en capitalismo, parece ser así. Pero una vida hobbesiana es asfixiante, dado que se trata de una vida donde, a cada paso, pensás que alguien te está cagando. Si el otro te va a comer, si te va a sacar lo tuyo, si tenés que competir a muerte por comida —o por un puesto de laburo, o por mantener una clientela—, ni siquiera podés dormir tranquilo.

Esta descripción, así expresada, parece algo exagerada. Pero corresponde a una realidad que se muestra todo el tiempo en canales de Youtube de jóvenes neoliberales, donde se hacen altares al libre mercado, a la productividad en el estudio, a formas de mantenerse con más energía hasta volverse un súperhombre capaz de hacerlo todo por sí mismo. En ella se evidencia una pretensión de poder cargar con todo que proviene, obviamente, de la desconfianza en el otro.

Esta estupidez emprendedora, de competencia permanente, bien expresada —y también ridiculizada— en su versión de mentalidad de tiburao, llega hasta la ridiculez de promover una deformada filosofía estoica, basada en teorías de conspiración y centrada en la ilusión de que es posible dominar la propia mente y desbloquear nuevas capacidades intelectuales, físicas y sociales, al alcanzar el objetivo de abandonar la masturbación2.

Es entendible que, en tiempos de crisis de representación política en los países occidentales —y en los occidentalizados, como el nuestro—, donde el Estado se muestra incapaz de solucionar los problemas de la gente, perdiendo cada vez más poder contra las empresas transnacionales, la gente quiera arreglárselas por sí misma. De hecho, no es casualidad. La invitación neoliberal a arreglárselas cada uno por su cuenta es perfectamente funcional a un modelo de monopolización y concentración de la riqueza. Se ríen, allá arriba, de quienes creen que el camino para hacer crecer un pequeño emprendimiento hasta competir con Mark Zuckerberg comienza con una paja menos.

Pero esta postura ante la vida, además de estúpida, es contraproducente. Es evidente que uno no puede cargar con todas las exigencias del mercado (tener dinero y bienes lujosos, buen cuerpo, pareja, una carrera, hobbies, viajes, popularidad en redes y otro montón de basura) y, aunque pudiera, tampoco es deseable. Quien considera que logró todo por su cuenta, y afirma el tan conocido «a mí nadie me regaló nada», no solamente se miente a sí mismo, sino que está destinado a una vida de desconfianza sobre el resto de personas, que aparecen ahora como zombies.

El problema que encuentro para una reconstrucción social en este aspecto es lo revolucionario que parece hoy proponer un proyecto de solidaridad. Quienes se hayan convencido de que las personas que los rodean son sus enemigas no pueden concebir despojarse de lo suyo. Así, cualquier idea de dar sin recibir parece un atropello a la razón, resulta ilógica e injustificada para la "mentalidad de tiburón" emprendedora y meritocrática. Se necesitan, por lo tanto, nuevas estrategias.

Propongo, entonces, al menos, otro egoísmo: un egoísmo de reconstrucción social, que permita acercarnos a un mundo de solidaridad que hoy nos es ajeno. Para esto, primero debemos eliminar la mentalidad hobbesiana: el hombre no es el lobo, ni el enemigo, ni el zombie del hombre; las personas no son enemigas naturales entre sí. Y esto se evidencia en un hecho muy claro, pues, aún bajo este sistema insolidario llamado capitalismo, las personas insisten en ayudar a otras.

El contraste entre lo que el sistema exige y lo que la gente hace es tan inmenso que, aunque no quiero admitir la idea de "naturaleza" humana, podríamos decir —para impactar— que somos solidarios "por naturaleza". Más aún, no dudo en afirmar que así lo creemos, ya que se evidencia en nuestro lenguaje: ser "humano" o actuar "humanamente" significa ser solidario, atento con los demás.

La ridiculez del egoísmo hobbesiano lo hicieron notar muy claramente las feministas. El machista, también con "mentalidad de tiburón", atenta contra sí mismo al mantener un concepto de masculinidad demasiado rígido y frustrante, volviéndose incapaz de gozar de relaciones sexuales y amorosas saludables. Y así como el machista cree que la mujer le pertenece como propiedad, el emprendedor neoliberal aspira a escalar económicamente para poder comprar cualquier voluntad. Es, por esto mismo, incapaz de pensar y sentir el amor. Al ponderar todo en términos económicos —como expresa bellamente Martín Kohan en este pedacito de entrevista, la cual recomiendo de principio a fin— perjudica su experiencia sobre los ámbitos más valiosos de la vida. Es, entonces, cuando debe aparecer, al menos, otro egoísmo: un egoísmo que permita reintegrarse al buen vivir.

Personalmente, deseo que quienes se encuentran en una matriz de pensamiento egocéntrica, puedan salvarse a sí mismos. La forma de hacerlo, la forma de cuidarse de todas las amenazas que atentan contra su pequeño patrimonio, es dejar de ver al entorno como amenaza constante. Trascender el propio ego y pensar en otras personas, para ayudarlas, para cuidarlas, para quererlas, no solamente puede lograr que nos devuelvan el favor y que, en los mejores casos, nos den cariño y amor recíprocos, sino que también otorga lo más preciado para el desarrollo humano: sentido.

Remarco que seguimos acá hablando de egoísmo: ayudo para que me ayuden, ayudo para que me quieran, ayudo para sentirme bien, ayudo para encontrar un sentido a la vida. Todas éstas son fórmulas egoístas que ni siquiera corresponden a un altruismo berreta. Pero, creo, son más probables, factibles y convocantes, para la racionalidad actual, que otras opciones verdaderamente solidarias.

Seamos, entonces, egoístas. Encontremos un sentido ulterior en una vida que es constantemente vaciada desde fuera por un mercado que nos quiere insatisfechos, disminuidos y frustrados. Busquemos llenar nuestro espíritu, comprometiéndonos, más allá de la caridad. Escuchemos para ser escuchados o, al menos, para tener una conversación más interesante. Prestemos, al menos, para que nos presten. Cuidemos, al menos, para que nos cuiden. Tratemos bien, uno a uno, al menos, para quedar bien en cada caso. Quizás así, en algún momento, sin darnos cuenta, nos encontremos haciendo más de lo necesario, sintiendo que el malestar del otro nos atormenta, que no podemos dejarlo sufrir en soledad. Quizás, entonces, hayamos ampliado nuestros horizontes conceptuales y estemos preparados para empezar a acercarnos a una propuesta de genuina solidaridad.

1. Haré dos observaciones —quizás jocosas— sobre la frase en cuestión:

  1. La frase es cierta si tomamos el término "hombre" como corresponde, esto es, sin dejarnos llevar por la mentira gramatical de que este término incluye al género femenino, refiriendo a la raza humana de manera completa. Si, como digo, evitamos esta mentira, la frase puede ser tomada como crítica de género y ser entendida como "El varón es el lobo del varón". Lo cual, siempre y cuando se suponga al lobo como una amenaza, es una sentencia que, estoy seguro, compartiremos con cualquier feminista.
  2. Hobbes tuvo la desgracia de nacer antes de 1968, año en el cual se estrenó Night of the Living Dead, y antes, por supuesto, de la popularización del término zombie en su sentido occidental —deudor deformado de la cultura haitiana—. La desgracia en cuestión tiene que ver con una formulación mucho más divertida y acertada para los tiempos que corren: El hombre es el zombie del hombre. Obviamente, ésta ya sería una crítica y, de hecho, es la crítica de George Romero.

2. Esto no es una mera chicana. Cualquier búsqueda en Internet que incluya los términos "masturbación", "mente" y "productividad", o términos parecidos, debería ser suficiente para dar cuenta de esta tendencia.